Los lujos de Carlota, la última emperatriz mexicana

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Los lujos de Carlota, la última emperatriz mexicana

Redacción

  • Se dice que Carlota I era talla petite, usaba zapatillas de raso, corpiño de algodón, blusa de encaje y los vestidos más voluminosos y elegantes.

Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, mejor conocida como Carlota I, fue princesa de Bélgica, esposa de Maximiliano de Habsburgo y emperatriz de México.

Nació el 7 de junio de 1840 en el castillo de Leaken, cerca de Bruselas, sus padres fueron el rey Leopoldo I de Bélgica y la princesa María Luisa de Orleans. Fue la única niña de cuatro hermanos, sin embargo Carlota recibió la misma educación privilegiada que su hermanos. Les enseñaban artes políticas y diplomáticas, idiomas, geografía, filosofía, música, literatura, entre otras.

A los 17 años se enamoró de Maximiliano de Habsburgo y su boda se llevó a cabo en 1857. La pareja real vivió en el castillo Miramar, al noreste de Italia. Fue allí donde llegó un grupo de mexicanos a ofrecerles la corona del país. Maximiliano y Carlota aceptaron la propuesta, soñaban con construir un imperio en América.

En un carta para quien pasaría a ser su tutora después de la muerte de su madre, Carlota expresó emoción ante la propuesta de los conservadores: “Yo prefiero por mi parte una posición que ofrece actividad y deberes, aun dificultades si queréis, a contemplar el mar desde una roca hasta los setenta años”, le escribió a la condesa d’Hulst, según la correspondencia documentada por Susanne Igler, investigadora y traductora alemana.

En el corto tiempo de su reinado, Carlota I asumió las funciones propias de su rango, y durante algunos meses, mientras Maximiliano visitaba el interior del país, encabezó la regencia del Imperio. Según Igler, Carlota tenía un “instinto de mando” que superaba en energía y firmeza a Maximiliano en asuntos políticos, lo cual destacó durante la primera etapa de su reinado.

Muchos historiadores afirman que Carlota estaba convencida de que mientras mejor fuese su indumentaria, más prestigio le otorgaba a su marido.

Según el periódico La Jornada, sus vestidos fueron su máximo tesoro, pues siempre trato de seguir las tendencias europeas.

Se dice que Carlota era talla petite, usaba zapatillas de raso, corpiño de algodón, blusa de encaje y los vestidos más voluminosos y elegantes.

Algunas de las prendas que pertenecieron a Maximiliano y Carlota se encuentran en la colección permanente del Museo Nacional de Historia, entre las cuales se encuentran una chalina, unos mitones, unas sandalias y unos botines, así como también algunos de sus accesorios personales como peinetas y botones. Sin embargo, no son sus pertenencias más valiosas ni mucho menos las más queridas, se dice que los que están en exhibición son los que dejaron encargados a las damas de la corte o a amigos de los emperadores y que nunca recobraron.

Tras la caída del Segundo Imperio Mexicano, y la huída que emprendió Maximiliano, se relata que ’’da órdenes e inclusive fleta un barco en Veracruz para que Carlota se vaya a Europa y se lleve todo el mobiliario. El está en un momento de titubeo, no sabe si renunciar a su imperio”.

Tras el fusilamiento de Maximiliano, Carlota I llegó al Castillo de Miramar en donde fue recluida en un cuarto con barrotes y en donde se le trató con “aislamiento total, agua helada e inmovilización”, según cuenta Igler.

Murió en su natal Bélgica a los 86 años, el 19 de enero de 1927. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito”.